Hasta
cuándo, Venezuela
Marcos Roitman Rosenmann
La
Jornada, México. 12 de enero de 2003
Los medios de comunicación
social en tanto no se lo proponen pueden mediante el periodismo gráfico hacer
pensar más de la cuenta. Incluso pueden llegar a causar desazón cuando no perplejidad
rayana en el asombro. No cabe duda de que la elección del material fotográfico
que acompaña cualquier texto forma parte del relato en su conjunto.
A pocos escapa la discrecionalidad
en la selección de las instantáneas por parte de los editores para ilustrar los
titulares. En ocasiones son en sí la noticia, llegando a constituir un llamado
editorial para los lectores, sobre todo si se convierten en portada. Sin embargo,
hay ocasiones en las cuales los editores no advierten ciertas contradicciones
cuando la foto en cuestión no les afecta directamente o no expresa un gazapo.
Cuando ocurre, la selección gráfica puede resultar bastante esclarecedora de acontecimientos,
develando una trama implícita, aunque no haya sido la intención del periódico.
Se trata del descubrimiento de detalles que no tienen importancia o pasan desapercibidos,
pero que al ojo del observador atento sí representan una dinámica y facilita una
interpretación diferente. En este sentido, la elección de la foto genera un efecto
bumerán, transformándose en un contrargumento. Este es el caso cuando nos presentan
la huelga general de Venezuela.
No hace mucho, antes del
asesinato de dos partidarios del gobierno constitucional del presidente Hugo Chávez
Frías, el considerado primer periódico de España, El País, publicaba en portada
una foto que mostraba la marcha de personas que, según rezaba el texto, se manifestaban
en Caracas, Venezuela, en defensa de la patria pidiendo la dimisión del gobierno
en pleno. Rara vez los periódicos utilizan el color en su portada, ésta fue una
de ellas. La imaginación corría haciendo intuir que una multitud se manifestaba
adueñándose de las calles enarbolando pancartas con textos minúsculos e ilegibles,
incluso para quienes poseen "vista de lince". El éxito de los "patriotas" había
sido completo. En este maremagno destacaban, sobre el conjunto del gentío, las
banderas en un cielo colorido. Los indicios de que el gobierno tenía sus horas
contadas, como viene reiterándose desde hace más de un año, eran más que suficientes.
Todo parecía estar en orden. Pero en el entramado de los estandartes algo no encajaba.
Mirando con detenimiento
las banderas que tan patrióticamente portaban algunos manifestantes no eran las
de la República Bolivariana de Venezuela. Efectivamente, entre la enseña nacional
se confundían las pertenecientes a las organizaciones convocantes con sus emblemas.
Una amalgama de banderas desplegadas para identificar claramente quiénes eran
los presentes. En esta algarabía no llamó la atención que la enseña nacional estuviese
arropada por una bandera foránea, la de Estados Unidos.
Detenerse a contemplar
la foto y ver en ella la bandera de las barras y las estrellas produce cierto
escalofrío o al menos desconcierta. Para cualquier ciudadano latinoamericano con
conciencia de pertenencia a su país, la presencia de una bandera estadunidense
en cualquier manifestación sería motivo de sonrojo. Es más, seguramente hasta
los acérrimos partidarios de la intervención estadunidense en Venezuela guardarían
cierta compostura para no caer en la bastedad de ser llamados cipayos. Volviendo
a nuestro argumento, en cualquier caso si se decidiese publicar dicha instantánea,
por carecer de otro material, su edición en la prensa proclive a la sedición,
hubiese sido conscientemente manipulada. Es obvio el significado de la bandera
estadunidense para reclamar la renuncia del presidente constitucional de cualquier
país latinoamericano. Es una afrenta difícil de explicar, incluso para una plataforma
que se dice defensora de la patria. ¿Cuál patria?, habría que preguntarles. Desde
luego no la defendida por los libertadores.
Seguramente su uso simboliza
un paso más en la renuncia al ejercicio cotidiano de la soberanía e identidad
nacionales. Para los pueblos latinoamericanos, en el contexto en que analizamos,
es sinónimo de prepotencia, violación continua del derecho de autodeterminación
y desprecio a las decisiones democráticas de gobiernos libremente elegidos. Golpes
de Estado, invasiones y bloqueos comerciales. Pedir la dimisión del presidente
enarbolando la bandera de Estados Unidos deja en entredicho a los organizadores
de la manifestación. Sobran ejemplos. Es la orfandad de argumentos aducidos por
los patrocinadores y hacedores del paro general lo que hace aflorar lo más abyecto
de sus propósitos. Es su impotencia para revertir democráticamente el proceso
de transformaciones iniciado con la nueva Constitución lo que les lleva a utilizar
el reclamo fetiche de la bandera imperial como tabla de salvación. Un grito desesperado
de traición abierta.
Con el inicio de 2003
la plataforma de la sedición mantiene su estrategia y profundiza su ataque contra
el gobierno legítimo y contra el país con mayúsculas. Ahora llama a la población
a la desobediencia civil, undécimo esfuerzo para recuperar el poder perdido como
resultado de su propia degradación ética y moral. En su ego no son capaces de
admitir y de respetar la decisión democrática de la gran mayoría de la sociedad
venezolana que se manifestó en las urnas recordándole su carácter corrupto en
el ejercicio del poder. No cabe duda de que para quienes han sido detractores
del ejercicio democrático la huelga general es un recurso espurio para recuperar
la administración del país. Puestos en esta dimensión y dado que los objetivos
no se han cumplido, a pesar del apoyo internacional con el que cuentan, han decido
quebrar el país. Incitar a no pagar impuestos ni servicios públicos tales como
luz, agua o gas es demostración del grado de la degeneración alcanzada. Todo parece
indicar que no importa desangrar y dejar en bancarrota al Estado. Posteriormente
los organismos internacionales se aprestarán a conceder créditos y préstamos con
tasas de interés acordes con el esfuerzo realizado. Nada detiene la avaricia de
quienes por dinero son capaces de destruir las estructuras productivas y el entramado
social de un país con tal de recuperar sus bancadas. Por ello no se trata de un
acto casual el despliegue de la bandera de Estados Unidos por los organizadores
de la trama sediciosa. Expresa el sentimiento profundo de odio y repudio de las
clases dominantes y elites políticas desplazadas por un pueblo que en ejercicio
de su soberanía decide libre y democráticamente la elección de un presidente no
adscrito a su guión. Vender el país e hipotecar su futuro por décadas no representa
problema alguno. Hasta cuándo, Venezuela.
fuente : http://www.jornada.unam.mx/index.html